domingo, 27 de junio de 2010

SIN PODER DECIR ADIÓS

Como si te hubieras diluido en el leve ronquido de un instante, nunca más supe de ti; así, como cuando calla el latido insistente de las venas para hacerse astillas en la tristeza. Pero igual te recuerdo con tus dioses en pugna, entre la amargura y la dulzura, la oscuridad y la luz. Así lentamente te desvaneciste agotado en tu propia amalgama, mientras cubrías tu rostro con las manos llenas de insensatas arrugas.

Y en esta tarde fría te recuerdo amigo, con mi mente hecha tráficos de ríos que buscan incesantes y con urgencia aunque sea la brevedad de tus pisadas.

Supongo las razones que te encausaron a refugiarte en la humedad de la nada o tal vez, solo intuyo que tanto dolor insepulto te llevó a esconderte intencionalmente de las espinas entre trementina, lienzos y pinturas, para vivir como un tatuaje ajeno a la cordura.
Riego mis pies de astronomía para que se comporten como brújulas y me lleven hasta ti.

Tu imagen y tus palabras se resisten a vivir como sombras en mi memoria cuando nunca hubo una despedida.

Conocí la profundidad de tus hendiduras, la alegría de antiguas grandezas, los cayos que dejaron en ti los horrores de la guerra y el infierno de un matrimonio que vivías con angustiosa y eterna agonía. También me enseñaste la niebla que cubría aquel ojo en el espejo, donde flotaban tus amoríos, ilusiones y sueños.

Ahora toma lugar en mí ese temor de presentir el tiempo que llega como derrumbe y ceniza, para que tú repentinamente partieras sin yo poder decirte adiós y mucho menos hasta luego.

©María Elena Ponce®

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