Cuando se tiene esa indescriptible necesidad de escribir, uno desea poseer y ser poseído por las ideas, enlazando los aromas de la risa y la tristeza. Es ese estar cuando no estas y ver todo aquello que nadie ve en esplendores ofuscados, donde las voces sin esperar se abren paso y como el viento todo lo arrasan, mientras uno está allí sin futuro, presente, ni pasado, con la sensación de estar flotando.
Se avivan o diluyen en el reloj encuentros y sentires, pero con el corazón encendido de sueños empedernidos. Allí, el alma tiene ansias de infinitud y aunque uno no puede permanecer eterno cuando nada hasta hoy lo hizo, en ese éxtasis el espíritu y su esencia se elongan buscando rescatar en lejanos horizonte ecos perdidos.
La vida es un sin sentido con sentido, es néctar disfrazado de veneno amargo, sabiendo que tenemos una misión que desconocemos y un zigzaguear de cruceros entre las manos cargados de interminables preguntas que al llegar a puerto, descargan todas las respuestas para que no satisfagan inquietud alguna.
Es un estado de caída libre donde se va mirando el mundo con ojos unas veces de serpiente y otras de ángel. Así oscilo entre el bullicio y el silencio, viendo como toman forma la infancia, la mocedad, el dolor, la alegría, el triunfo, la derrota y la euforia del amor, cuando después de abandonar el trance, resurges desde las mundanas miserias, para moldear un poema en la cima de alguna colina y una vez alcanzado el objetivo, te vez transformado en orilla, onda, ola, mar, carne de caminos andados y desandados, deseados en la espera y en el deseo, esperando otro momento de inspiración.
©María Elena Ponce®
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